TEXTOS. El Sermón de Buddha

 El Sermón de Buddha

Las Cuatro Nobles Verdades y El Noble Óctuple Sendero

Cuando la gente ignorante ve a alguien viejo, siente horror y aversión,
aunque ellos también serán viejos algún día. Yo pensé: no quiero ser
como la gente ignorante. Después de aquello, no pude volver a sentir
la embriaguez de la juventud de nuevo.
Cuando la gente ignorante ve a alguien enfermo, siente horror y aversión,
aunque ellos también estarán enfermos algún día. Yo pensé: no quiero ser
como la gente ignorante. Después de aquello, no pude volver a sentir
la embriaguez de la salud de nuevo.
Cuando la gente ignorante ve a alguien muerto, siente horror y aversión,
aunque ellos también morirán algún día. Yo pensé: no quiero ser
como la gente ignorante. Después de aquello, no pude volver a sentir
la embriaguez de la vida de nuevo.

Siddhartha Buddha

    Los libros enseñan que las tinieblas existían antes que todas las cosas, y Brahma meditaba sólo en la noche; no contemplaba Brahma ni el origen, ni él ni ninguna luz pueden ser vistos con ojos mortales, ni conocidos con ayuda del espíritu humano, uno después de otro se levantarán los velos tras los primeros. Los astros siguen su curso y no preguntan. Basta que la vida y la muerte, la alegría y el dolor permanezcan, así como la causa y el efecto, y el curso del tiempo, y la marejada incesante de la existencia, que, siempre cambiante, corre sin interrupción como un río cuyas olas se suceden, lentas o rápidas, las mismas aunque diferentes, desde su lejano manantial hasta el mar donde se vierten. El mar, evaporándose al Sol, restituye las pequeñas ondas perdidas, bajo la forma de nubes ligeras que chorrearán de lo alto de la montaña, y correrán de nuevo, sin tregua y sin reposo. Esto basta para comprender las apariencias, los Cielos, las Tierras, los Mundos y los cambios que los modifican, rueda poderosa que gira, movida con ahínco por la lucha y la fuerza sin que nadie pueda detenerla ni ir en sentido inverso de su movimiento.

    ¡No supliquéis! ¡No se iluminarán las tinieblas! ¡No pidáis nada al silencio, porque no puede hablar! ¡No atormentéis por piadosos sufrimientos vuestros espíritus afligidos! ‘Ah! Hermanos, hermanas, no esperéis nada de los dioses implacables, ofreciéndoles himnos y dones, no pretendáis conquistarlos con sacrificios sangrientos; no los alimentéis con frutos y pasteles; hay que buscar nuestra liberación en nosotros mismos; cada hombre se crea su cárcel, cada uno tiene tanto poder como los más poderosos; porque para todas las Potencias que están encima, alrededor y debajo de nosotros, como para las criaturas de carne y todo lo que vive, el cato es el que hace la alegría o el sufrimiento. Lo que fue trae lo que es, y lo que será, peor o mejor, el último para el primero, el primero para el último; los Ángeles de los cielos bienaventurados recogen los frutos de su pasado santo; los demonios en los mundos inferiores llevan la pena de las acciones malas que en otro tiempo cometieran; nada dura; las bellas virtudes caen en ruinas con el tiempo; así como los pecados inmundos se purifican. El que penó como esclavo para volverse más tarde un príncipe, gracias a sus virtudes benéficas y a los méritos que adquirió; el que fue Rey puede vagar sobre la tierra harapiento, a causa de las cosas que hizo y de las que omitió hacer. Podéis elevar vuestro destino por encima del de Indra, y hundirlo más bajo que el del gusano de la tierra o el átomo, miríadas de existencias terminan en el primer resultado; miríadas de otras en el segundo. Sólo que, mientras gira la rueda invisible, no hay ni paz, ni tregua, ni parada; el que asciende puede caer, el que cae puede ascender; los rayos giran incesantemente.

    Si estuvieseis sujetos a la rueda del cambio sin que hubiese medio de romper vuestras cadenas, el corazón del Ser libre sería maldito, el Alma de las cosas sería un cruel dolor. ¡Pero no estáis atados! El Alma de las cosas es suave; el corazón del Ser tiene una paz celeste; la voluntad es más fuerte que el dolor; lo que era bueno se torna mejor, y después excelente. Yo, Buda q, Buda, que lloré todas las lágrimas de mis hermanos, yo, cuyo corazón fue roto por el dolor del mundo entero, río y soy feliz, ¡porque he aquí la Libertad! ¡Oh! ¡Vosotros, los que sufrís, sabed que sufrís por vosotros mismos! Ningún otro os excita u os retiene para haceros vivir o morir, y haceros gritar sobre la rueda y abrazar sus rayos de agonía, sus llantos de lágrimas, su cubo de nada. ¡Escuchad, os voy a mostrar la Verdad!

    Más bajo que le Infierno, más alto que el Cielo, más distante que las estrellas más lejanas, más allá de la morada de Brahma, hay un Poder estable y divino, que existe antes del comienzo y que no tendrá fin, eterno como el espacio y seguro como la certidumbre, que se mueve hacia el bien y no sufre sino sus propias leyes. Es el que hace florecer los rosales, su arte es el que fabrica las hojas de los lotos; bajo el suelo obscuro y en las simientes silenciosas, es él quien teje el ropaje de la Primavera; he aquí su colorido en las nubes gloriosas y sus esmeraldas en la cola del pavo real; los astros son sus moradas, la luz, el viento y la lluvia sus esclavos, él hace salir de las tinieblas el corazón del hombre, y del huevo obscuro el faisán de cuello alaciado; siempre en obra, hace amable lo que no era sino cólera y destrucción. Los huevos grises en el nido del colibrí dorado con sus tesoros, las células hexagonales de la abeja son sus vasijas de miel, la hormiga tiene sus preceptos, y los conoce bien la paloma blanca. Despliega las alas del águila que levanta su presa a su arbitrio; hace regresar a la loba cerca de sus lobeznos; encuentra alimento y amigos para los seres que nadie ama. Nada le repugna ni le detiene; ama todo; hace brotar la dulce leche en el seno de las madres; hace fluir también las gotas blancas que destilan los colmillos de las serpientes. Regula la armonía de los globos en marcha por la bóveda infinita del cielo; oculta en los abismos de la tierra el oro, las sardonias, los zafiros y las lazulitas. Elaborando sin cesar sus misterios, se oculta en los verdes claros de las selvas y alimenta plantas extrañas al pie de los cedros, inventando hojas, flores y briznas de hierba; mata y salva, sin otro fin que realizar el Destino; la Muerte y el Dolor son las lanzaderas de su oficio, y el Amor y la Vida los hilos. Hace y deshace, corrigiendo todo; lo que ejecutó es mejor que lo que existía antes; la obra maestra que proyectó se perfecciona lentamente bajo sus manos hábiles.

    Tal es su obra sobre las cosas que veis, pero las cosas invisibles tienen más importancia; los corazones y los espíritus de los hombres, los pensamientos de los pueblos, sus caminos y sus voluntades están sometidos también a la gran Ley. Invisible, os socorre con sus manos benéficas, no se le oye, y sin embargo, habla más fuerte que la tempestad. La piedad y el amor son la herencia del hombre, porque una larga violencia modeló la masa ciega. Nadie puede menospreciarlo, quien le desobedece pierde, quien le sirve gana, retribuye el bien cubierto por la paz y la felicidad, el mal oculto por los sufrimientos. Ve en todo lugar y percibe todo; sed justo, él os recompensará, sed injusto, él os recibirá el salario merecido, aun cuando el Dharma tardará en hacerse sentir. No conoce ni la cólera ni el perdón; sus medidas son de una precisión absoluta, su balanza es infalible, el tiempo no existe para él, juzgará mañana o largo tiempo después. Gracias a él, el asesino se hiere con su propia arma, el juez injusto pierde su defensor, la lengua falaz condena su mentira, el ladrón rapaz y el expoliador dan el producto de sus rapiñas. Tal es la Ley que se mueve hacia la Justicia, que nadie puede evitar o detener, su corazón es el Amor, su fin es la Paz y la Perfección exquisita. ¡Obedeced!

    Los libros dicen verdad, hermanos míos; la vida de cada hombre es el resultado de sus existencias anteriores; los errores pasados traen los disgustos y los sufrimientos, el bien pasado aporta la felicidad. Recogéis lo que sembrasteis. ¡Ved este campo! El sésamo fue sésamo y trigo el trigo. El silencio y la sombra lo saben, ¡así nace el destino del hombre! Viene a cosechar tanto sésamo o trigo como el que sembró en una existencia anterior, y tantas hierbas malas y venenosas que enferman a él y a la tierra dolorosa. Si trabaja bien, arrancándolas y plantando en su lugar semillas benéficas, el suelo será fecundo, hermoso y puro, y será rica la cosecha. Si el que vive, aprendiendo de dónde viene el dolor, lo sufre pacientemente, esforzándose en pagar las viejas deudas adquiridas por sus antiguas faltas, practicando siempre el Amor y la Verdad, sin causarle mal a nadie, purga completamente de mentira y de egoísmo su sangre, sufriendo todo con mansedumbre y no devolviendo sino perdones y bien para las ofensas; si a cada día se vuelve más compasivo, santo, justo, amable y sincero, y arranca el deseo de todos los lugares donde se aferra con raíces sangrientas, hasta que el amor de la vida termine; si obra así, a su muerte comienza una nueva existencia que es como la suma de su yo, una cuenta detenida de su existencia, cuyos males son muertos y pagados, y cuyo bien, reciente o lejano, está vivo y poderoso, de tal manera, que también recoge los frutos. Un hombre así no tiene necesidad de lo que llamamos vida; lo que ha comenzado en él es la eternidad; realizó su destino humano. No padecerá ya tormentos, no lo mancharán ya los pecados, el sufrimiento de las alegrías y los dolores terrenos no turbarán ya su paz eterna, y las muertes y las existencias no recomenzarán para él. Entra en el Nirvana. No forma más que uno con la Vida, y sin embargo, no vive; es bienaventurado, porque cesó de ser. ¡Om, mani padmé, om! ¡La gota de rocío se pierde en el seno del mar deslumbrante!

    Tal es la doctrina del Karma. ¡Aprended! Sólo cuando desaparecieron todas las escorias del pecado, sólo cuando la vida muere como una llama agotada, la muerte muere completamente en ella. No digáis: “Soy”, “fui” o “seré”. No penséis que pasáis de una habitación de carne a otras como viajeros que recuerda u olvidan que estuvieron bien o mal alojados. La suma de las existencias anteriores, que constituye la última, torna nuevamente en el universo; construye su morada como el gusano de seda el capullo que lo encierra, toma su substancia y sus funciones, como el huevo de la serpiente, durante la incubación, toma sus escamas y sus colmillos, como las semillas de los empenachados arbustos vuelan encima de las rocas, de las tierras gredosas y los arenales, hasta que encuentran el pantano propicio y se multiplican. Lo mismo acontece para el ser feliz o desgraciado, Cuando la muerte hiere al asesino cruel, sus fragmentos impuros y ensangrentados vagan llevados por vientos brumosos y pestilentes. Pero cuando el hombre bueno y justo muere, soplan suaves brisas; el mundo se torna más hermoso, como un río del desierto que desaparece repentinamente para reaparecer en seguida brillando con fulgor más puro. Así el mérito adquirido hace alcanzar una era más venturosa, que está más alejada para el demérito; sin embargo, es preciso que esta Ley de Amor reine soberanamente sobre el mundo entero antes de las Kalpas se terminen. ¿Cuál es el obstáculo? ¡Hermanos míos! Es la obscuridad, que esparce la ignorancia, la que os extravía y os hace tomar las apariencias como realidades y os inspira el deseo ardiente de poseerlas, y cuando las tenéis, os atan a las concupiscencias, que causan vuestros dolores.


    Vosotros que queréis seguir el camino del centro, trazado por la clara Razón y aplanado por la dulce Quietud, vosotros que queréis conocer el camino elevado del Nirvana, escuchad las cuatro nobles Verdades:

    La primera Verdad es la del Dolor. ¡No os dejéis engañar! La vida que amáis es una larga agonía; sólo quedan sus penas, sus placeres son como pájaros que brillan y vuelan. Sufrimiento del nacimiento, sufrimiento de los días desesperados, sufrimiento de la ardiente juventud y de la edad madura, sufrimiento de los fríos y grises años de la vejez y sufrimiento final de la muerte; he aquí lo que llena vuestra lastimosa existencia. El amor es una cosa dulce, pero las llamas fúnebres deben besar los senos sobre los cuales descansáis y los labios a los que unís los vuestros. Valerosa es la virtud guerrera, pero los buitres desgarran los miembros del jefe y del Rey. La tierra es magnífica, pero todos los huéspedes de sus selvas conspiran para su muerte recíproca, en su sed de vivir; los cielos son de zafiro, pero los hombres hambrientos, por más que gritan, no hacen caer una gota de agua. Preguntad a los enfermos, a los afligidos, preguntad al que claudica apoyado en su bastón, solo y extraviado: “¿Amas la vida?” Y os dirán que el niño tiene razón al llorar desde que nace.

    La segunda Verdad es la Causa del Dolor. ¿Qué sufrimiento viene de sí mismo y no del Deseo? Los sentidos y los objetos percibidos se encuentran y se enciende la viva chispa de las pasiones; así se inflama Trishna, concupiscencia y sed de las cosas. Os aficionáis desatinadamente a sombras, os ilusionáis con sueños, plantáis en medio un falso yo, y establecéis a su alrededor un mundo imaginario. Estáis ciegos para las claridades supremas, sordos para las voces de las brisas más suaves que vienen de más alto que el cielo de Indra, mudos para los reclamos de la verdadera vida que conserva el que desechó la vida engañosa. Así vienen las luchas y las concupiscencias que hacen reinar la guerra en el mundo, así sufren los pobres corazones engañados y corren las lágrimas amargas, así cruzan las pasiones, las envidias, las cóleras y los odios; así los años crueles, con los pies rojos de sangre, siguen a los años manchados de carnicerías. Por esto, ahí donde debería brotar el grano se extiende la hierba birán con su mala raíz y sus flores venenosas; con trabajo, las buenas simientes encuentran suelo propicio donde puedan caer y brotar. Y el alma se va, saturada de emponzoñados brebajes, y Karma renace con un deseo ardiente de beber de nuevo; excitado por los sentidos, el Yo fogoso comienza otra vez y cosecha nuevos desencantos.

    La tercera Verdad es la Cesación del Dolor. La paz es la que debe vencer al amor del Yo y el apego a la vida, arrancar de los pechos la pasión de raíces profundas y calmar la lucha interior; así está satisfecho el amor de estrechar a la eterna hermosura; se tiene la gloria de ser dueño de sí mismo y el placer de vivir por encima de los dioses; se poseen riquezas infinitas, porque se amasa el tesoro de los servicios prestados, de los deberes cumplidos con caridad, de las palabras benévolas y de la vida pura, no se perderán estas riquezas en el curso de la existencia, y ninguna muerte las despreciará. Entonces desaparece el Dolor, porque cesaron la Vida y la Muerte; ¿cómo puede alumbrar la lámpara cuyo aceite se consumió? La vieja cuenta cargada de deudas está liquidada, la nueva está en blanco; así alcanza la felicidad el hombre.

    La cuarta Verdad es la Vía. Está abierta, amplia y unida, accesible a todos los pies, desembarazada y vecina al Noble Sendero Óctuple, que va recto a la paz y el refugio. ¡Escuchad! Numerosas huellas conducen a estos picos gemelos cubiertos de nieve, en torno de los cuales se enredan las nubes doradas; trepando por las pendientes suaves o escarpadas se llega a las cimas donde aparece otro mundo. Los que tienen miembros vigorosos pueden afrontar el camino recto y peligroso que va directamente por el flanco de la montaña; los débiles están obligados a dar rodeos por caminos más largos, descansando en muchos lugares. Tal es el Sendero Óctuple que conduce a la paz; camina por alturas más o menos abruptas. El alma animosa se apresura, el alma débil se atrasa, todas alcanzarán las nieves bañadas de sol.
  • La primera práctica buena es la Doctrina recta; caminad con el temor de la Dharma, evitando toda ofensa; pensad en el Karma que hace el destino del hombre, y gobernad vuestros sentidos.
  • La segunda es la Intención recta. Tened buenos sentimientos para todo lo que vive; sofocad en vosotros la malevolencia, la avidez y la cólera, de tal manera que vuestras existencias se asemejen a las suaves brisas que pasan.
  • La tercera es el Lenguaje recto. Vigilad vuestros labios como si fueran las puertas de un palacio habitado por un Rey; que todas vuestras palabras sean tranquilas, francas y corteses, como si estuviera presente su Majestad.
  • La cuarta es la Conducta recta. Que cada una de vuestras acciones ataque una falta o ayude a crecer un mérito; como se ve el hilo de plata a través de las cuentas de cristal de un collar, dejad que el amor aparezca a través de vuestras buenas acciones.
    Hay cuatro rutas más elevadas. Pero sólo pueden seguirlas los pies que no hollarán más las cosas terrestres; son la Pureza recta, el Pensamiento recto, la Soledad recta y el Éxtasis recto. ¡No pretendas volar hacia el sol almas cuyas alas no tienen plumas todavía! ¡El aire de las regiones inferiores es suave, y los instrumentos domésticos a los que estás acostumbrada no son peligrosos! Solamente los seres vigorosos pueden abandonar el nido que cada uno se construye. El amor de la mujer y del niño son preciosos, lo sé; la amistad y los entretenimientos de la vida son agradables; las caridades amables de una vida virtuosa son útiles; sus temores, aunque falsos, están anclados sólidamente. Vivid así los que estáis obligados; haced de vuestra debilidad una escala de oro; elevaos, por la práctica diaria de estas apariencias, hasta las verdades más dignas de ser amadas. Así llegaréis a más serenas cumbres, ascenderéis más fácilmente, encontraréis menos abrumador el peso de vuestras culpas y adquiriréis una voluntad más firme para quebrantar los lazos de los sentidos, entrando en el Sendero. El que comienza de este modo alcanza el Primer Grado, conoce las Nobles Verdades y la Ruta Óctuple, tarde o temprano alcanzará la morada bendita del Nirvana.

    El que llega al Segundo Grado, emancipado de las dudas, las ilusiones y la lucha interior, dueño de todas las concupiscencias y libertado de los sacerdotes y de los libros, no tendrá que vivir sino una existencia.

    Más allá se encuentra el Tercer Grado; allí, el espíritu majestuoso se ha vuelto puro, se ha elevado hasta el amor de todos los seres y a la paz perfecta. Está terminada la vida y destruida la cárcel de ella. Pero algunos sobrepasan seguramente a todo lo que es vivo y visible, para alcanzar el fin supremo por el Cuarto Grado, el de los Santos —los Budas— de almas inmaculadas. ¡Ved! Como enemigos crueles, degollados por un guerrero, los diez Pecados yacen en el polvo a lo largo de estos Grados: desde luego, el Egoísmo, la falsa Fe, la Duda, el Odio y la Concupiscencia. El que venció a estos cinco pecados franqueó tres de los cuatro Grados; pero quedan todavía el Amor de la vida sobre la tierra, el Deseo del cielo, el Amor propio, el Error y el Orgullo. Como el que permanece en estas cimas nevadas sólo tiene por encima de él el azul infinito, así el hombre, cuando mató estos últimos pecados, llegó a la zona del Nirvana. Los dioses colocados debajo de él, lo envidian; la ruina de los Tres mundos no lo alteraría; para él toda vida está vivida, todas las muertes están muertas; no le construirá el Karma nuevas moradas. No buscando nada, posee todo; su Yo desaparece y se funde en el universo; si algunos enseñan que el Nirvana es la cesación del ser, decidles que mienten. Si algunos enseñan que el Nirvana es vivir, decidles que se engañan, porque no saben nada a este respecto, ignoran qué luz brilla encima de sus lámparas rotas, y que la felicidad está fuera de la vida y del tiempo. ¡Entrad en el Sendero! ¡No hay peor dolor que el Odio, ni sufrimiento como el de la Pasión, ni engaño como el de la Sensación! ¡Entrad en el Sendero! Ya está muy avanzado el que aplasta con los pies su pecado preferido. ¡Entrad en el Sendero! ¡Allí manan las fuentes benéficas que aplacan cualquiera sed, allí florecen las inmortales flores que tapizan alegremente todos los caminos! ¡Allí se apresuran las horas más ligeras y más dulces!

    El tesoro de la Ley es más precioso que las joyas, su dulzura es superior a la de la miel; sus delicias sobrepasan a cualquiera comparación. Para vivir así, escuchad bien las Cinco Reglas:
  1. No matéis, sed compasivos, y no detengáis en su camino ascendente al ser más ínfimo.
  2. Dad y recibid libremente, pro no le toméis a nadie sus bienes por avidez, por medio de la violencia o el fraude.
  3. No levantéis falsos testimonios, no calumniéis, no mintáis; la verdad es la expresión de la pureza interior.
  4. Evitad las drogas y las bebidas que turban el espíritu, iluminad vuestros espíritus, purificad vuestro cuerpo; no hagáis uso del jugo del Soma.
  5. No toquéis a la mujer de vuestro vecino y no cometáis pecados carnales ilegítimos y contra la Naturaleza.
    Después habló el Maestro de los deberes para con los padres, los hijos, los camaradas, los amigos enseñando cómo los que no pueden quebrantar desde luego las estrechas cadenas de los sentidos, cuyos pies son muy débiles para escalar el camino más abrupto, deben ordenar su vida carnal de tal modo que aquí abajo todos sus días transcurran irreprochables y en la realización de obras caritativas; que intente sus primeros pasos mal seguros en el Sendero Óctuple, que vivan puros, humildes, pacientes, compasivos, que amen a todos los seres como a sí mismos; porque lo que es malo es el resultado del mal cometido en el pasado, y lo que es bueno proviene del bien anterior. Dijo que, obrando de este modo, el hombre se libra del Yo y socorre al mundo; que así se vuelve más feliz en la vida siguiente, pasa a un ser más perfecto. Después narró lo que sigue: largo tiempo antes, cuando nuestro Señor se paseaba cerca de Radhagrija, en el bosque de bambúes, un día, al despuntar la aurora, vio al jefe de una familia Singala que, después de haberse bañado, saludaba a la tierra con la cabeza descubierta, al cielo y a los cuatro puntos cardinales, arrojando con ambas manos arroz blanco y rojo. “¿Por qué te inclinas así, hermano mío?”, preguntó el Maestro. “¡Es la regla, Señor! —respondió. Nuestros padres nos enseñaron que a cada aurora antes de ponerse a trabajar, hay que conjurar el mal que viene del cielo que nos cubre, de la tierra que está bajo nuestros pies y de todos los vientos que soplan”. Entonces, aquel al que honra el mundo, dijo: “No riegues arroz, sino ofrece a todos pensamientos y actos de amor, a tus padres mirando hacia el Este de donde viene la luz; a tus maestros, volviéndote al Sur, de donde vienen ricos presentes, a tu mujer y a tus hijos, mirando al Oeste, donde brillan tiernos y apacibles colores y donde acaban todos los días; a tus amigos, a tus parientes y a todos los hombres, mirando hacia el Norte, a los seres más humildes, inclinándote a la tierra; a los Santos; a los Ángeles y a los muertos bienaventurados, contemplando el cielo, así se evitarán todos los males, y habrás, como conviene, honrado las seis direcciones principales”.

    Pero a los suyos, a los revestidos con la túnica amarilla, a los que, como águilas en su despertar, vuelan con desdén del valle bajo de la vida, y llevan su ímpetu hacia el sol, a éstos les enseñó las Diez Observancias (el Dasa-Sil); dijo que un asceta de conocer las Tres Puertas y los Triples Pensamientos, los Séptuples Estados del Alma, los Quíntuples Poderes, las Ocho grandes Puertas de la Pureza, los Modos de la Inteligencia Idhi, Upeksha, las Cinco Grandes Meditaciones, que son un alimento más dulce que el Amrit para las almas santas; los Sjhanas y los Tres principales Refugios; enseñó también a los suyos cuáles deben ser sus habitaciones, cómo deben vivir libres de los lazos del amor y la riqueza, lo que deben comer, beber y llevar, tres vestidos sencillos de color amarillo y de tela cosida, dejando al descubierto la espalda, un cinturón, una vasija y un colador. Estableció también las sólidas bases de nuestro Sangha, esta noble orden del traje amarillo, que existe todavía en nuestros días para salud del mundo.


    Habló así toda la noche, enseñando la Ley, y nadie sintió que el sueño cerrara sus ojos, porque cuantos le escucharon se regocijaban con una alegría infatigable. El mismo Rey, cuando terminó el sermón, se levantó de su trono, y con los pies desnudos se inclinó profundamente ante su hijo, besó la orla de su túnica y le dijo: “Acéptame, hijo mío, como el más humilde y el último de tus compañeros”. Y la dulce Yasodhara, por completo feliz entonces, exclamó: “¡Bienaventurado! Da en herencia a Rahula el tesoro real de tu palabra”. Y de este modo entraron en el Sendero estas tres personas.

    Durante cuarenta y cinco años continuados indicó estas vías en muchos países y en muchas lenguas, y dio a nuestra Asia esta luz que brilla siempre y que conquista el mundo por el soplo de su gracia poderosa. Todo esto está escrito en los Libros Santos, así como los lugares donde aconteció y los emperadores que hicieron grabar sus dulces palabras en las rocas y las cavernas, y cómo —cuando se cumplieron los tiempos— el Buda, el gran Tathagata, murió como un hombre, en medio de los hombres, habiendo terminado su obra; y cómo millares y millares de lakhs de personas han seguido después el Sendero que conduce adonde él se fue, al Nirvana, donde mora el Silencio.

Extractado del libro “Luz de Asia” de Arnold Edwin (1832 – 1904)

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