BIOGRAFÍAS Mujeres

ÍNDICE
    Hildegard von Bingen (1098-1179)
    Helena I. Roerich (1879-1955)
    Agnes Gonxha Bojaxhiu –Madre Teresa de Calcuta (1910-1997)
    Marie Curie (1867-1934)
    Teresa de Cepeda y Ahumada –Teresa de Jesús (1515-1582)
    Ida B. Wells (1862-1931)
    Marie-Francoise-Thérèse Martin –Teresa del Niño Jesús y la Santa Faz (1873-1897)
    Annie Besant (1847-1933)
    Juana de Arco (c. 1412-1431)
    Amantine-Aurore-Lucile Dupin –George Sand (c.1804-1876)
    Malala Yousafzai (1997)
    Helena P. Blavatski (1831-1891)
    Alice Bailey (1880-1949)
    Isabel I de Castilla (1451-1504)
    Leonor de Aquitania (1122-1204)
    Juana Inés de Asbaje y Ramírez de Santillana –Sor Juana Inés de la Cruz (1648-1695)
    Sofia Kovalévskaya (1850-1891)
    Francesca Caccini (1587-1641?)
    Maria Winkelmann (1670-1720)
    Rosine Bernhardt y Henriette-Marie-Sarah Bernhardt (1844-1923)
    Clara Josephine Wieck –Clara Schumann (1819-1896)



Hildegard von Bingen (1098-1179)
Hildegard nació en Bermersheim, en el valle del Rin (actualmente Maguncia, Renania-Palatinado, en Alemania), en verano del año 1098, en el seno de una familia noble alemana acomodada. Los primeros años de la niña transcurrieron en un lugar situado entre campos y bosques, viñedos y colinas a orillas del río Rin. Este contacto con la naturaleza sería determinante en su vida y se reflejaría con frecuencia en sus escritos.
Fue la menor de los diez hijos de Hildebert de Bermersheim y de su esposa Matilde de Merxheim-Nahet, estos era muy creyentes y viendo la creciente tendencia de la niña hacia el mundo espiritual decidieron que debía ser ofrecida al servicio de Dios, en forma de diezmo (por ser la menor de los diez), según la mentalidad medieval. De esta manera, fue dedicada por sus padres a la vida religiosa y a la edad de ocho años es entregada para su educación a la condesa Judith de Spanheim (Jutta), hija del conde Esteban II de Spanheim, la cual vivía en una pequeña casita adosada al monasterio de los monjes benedictinos fundada por san Disibodo en Disibodenberg. Jutta la instruyó en el rezo del Salterio (libro de salmos), en la lectura del latín —aunque no le enseñó a escribirlo o, al menos, no con mucha destreza—, en la lectura de la Sagrada Escritura y en el canto gregoriano. Este monasterio era masculino, pero acogió a un pequeño grupo de reclusas en una celda anexa, bajo la dirección de Jutta. La ceremonia de clausura solemne fue celebrada el 1 de noviembre de 1112 y en ella participaron Hildegard, Jutta y otra novicia más, también infante. En 1114, la celda se transformó en un pequeño monasterio, a fin de poder albergar el creciente número de vocaciones. En ese mismo año, Hildegard emitió la profesión religiosa bajo la regla benedictina, recibiendo el velo de manos del obispo Otón de Bamberg. De esta manera continuó su educación monástica rudimentaria dirigida por Jutta.
Cuando fue adulta, Hildegard expresó su gratitud hacia su familia por haberla entregado a la Iglesia en un momento en que “el espíritu religioso crecía lentamente”.
Jutta murió en 1136, con fama de santidad tras haber llevado una vida de mucha austeridad y ascesis, que incluyó largos ayunos y penitencias corporales. Hildegard, a pesar de su juventud, fue elegida como abadesa (magistra) de manera unánime por la comunidad de monjas.
Desde niña, Hildegard tuvo débil constitución física, sufría de constantes enfermedades y experimentaba visiones. En una hagiografía posterior escrita por el monje Teodorico de Echternach se consignó el testimonio de la propia Hildegard, donde dejó constancia que ya a los tres años tuvo una visión:
“En mi tercer año de edad vi una luz tal que a causa de ella mi alma entera se estremeció, pero por mi corta edad no pude hablar sobre ella. En mi octavo año de edad fui ofrecida a Dios en ofrenda espiritual y hasta mis quince años vi muchas cosas. A veces las decía con toda, sencillez hasta el punto que los que escuchaban me preguntaban que era aquello y de donde me venía y yo misma me asombraba, porque lo que veía en mi alma lo tenía también en mi visión exterior, pero como veía que eso no le ocurría a nadie más oculté cuanto pude la visión que yo tenía en mi alma. Ignoré muchas cosas de la vida exterior pues he estado a menudo enferma desde los tiempos en que mi madre me amamantaba y también más tarde, lo cual más tarde dañó mi crecimiento y me impidió cobrar fuerzas.”
Estos hechos continuaron aún durante los años en que estuvo bajo la instrucción de Judith quien, al parecer, tuvo conocimiento de ellos. Vivía estos episodios conscientemente, es decir, sin perder los sentidos ni sufrir éxtasis; y los describía como una gran luz en la que se presentaban imágenes, formas y colores; además iban acompañados de una voz que le explicaba lo que veía y, en algunos casos, de música. Igualmente, explicaba que ese conocimiento sobrenatural que adquiría se daba al mismo tiempo de tener la experiencia, tal como ella misma escribe: “Simultáneamente veo y oigo y sé, y casi en el mismo momento aprendo lo que sé”.
En 1141, a la edad de cuarenta y dos años, sobrevino un episodio de visiones más fuerte, durante el cual recibió la orden sobrenatural de escribir las visiones que en adelante tuviese. A partir de entonces, Hildegard escribió sus experiencias, que dieron como resultado el primer libro, llamado Scivias (Conoce los caminos), que no concluyó hasta 1151. Para tal fin, tomó como secretario y amanuense a uno de los monjes de Disibodenberg llamado Volmar y, como colaboradora, a una de sus monjas, llamada Ricardis de Stade, su discípula más amada. No obstante, siguió teniendo reticencias para hacer públicas sus revelaciones y los textos resultantes de ellos, por lo que para disipar sus dudas recurrió a uno de los hombres más prominentes y con mayor reputación espiritual de su tiempo: Bernardo de Claraval, a quien dirigió una sentida carta pidiéndole consejo sobre la naturaleza de sus visiones y la pertinencia de hacerlas de conocimiento general. En dicha misiva, enviada hacia 1146, confesaba al ilustre monje cisterciense que lo había visto en una visión “como un hombre que miraba directo al sol audaz y sin miedo”, y al mismo tiempo que se atribuía a sí misma “debilidad” solicitaba su consejo:
Padre, estoy profundamente perturbada por una visión que se me ha aparecido por medio de una revelación divina y que no he visto con mis ojos carnales, sino solamente en mi espíritu. Desdichada, y aún más desdichada en mi condición de mujer, desde mi infancia he visto grandes maravillas que mi lengua no puede expresar, pero que el Espíritu de Dios me ha enseñado que debo creer.
(…) Por medio de esta visión, que tocó mi corazón y mi alma como una llama quemante, me fueron mostradas cosas profundísimas. Sin embargo, no recibí estas enseñanzas en alemán, en el cual nunca he tenido instrucción. Sé leer en el nivel más elemental, pero no comprenderlo plenamente. Por favor, dame tu opinión sobre estas cosas, porque soy ignorante y sin experiencia en las cosas materiales y solamente se me ha instruido interiormente en mí espíritu. De ahí mi habla vacilante.”
La respuesta de Bernardo no fue ni muy extensa ni tan elocuente como la carta enviada por Hildegard, pero en ella la invitaba a “reconocer este don como una gracia y a responder a él ansiosamente con humildad y devoción (...). Además, parece que el abad de Claraval posteriormente intervino ante el papa Eugenio III en favor de Hildegard, ya que tenía trato personal con el obispo de Roma porque éste era también cisterciense y antiguo discípulo suyo.
Precisamente, el arzobispo Enrique de Maguncia bajo cuya jurisdicción se encontraba el monasterio de Disibodenberg, y que estaba enterado de las visiones y profecías de Hildegard, mandó una comisión al papa Eugenio para informarse de lo sucedido y lograr que se declarara sobre la naturaleza de tales dones. El papa se encontraba por aquellos días en Tréveris para presidir el sínodo que se celebró en aquella ciudad entre 1147 y 1148.
En 1148, un comité de teólogos, encabezado por Albero de Couní, obispo de Verdún, a petición del papa, estudió y aprobó parte del Scivias. El mismo papa leyó públicamente algunos textos durante el sínodo de Tréveris y declaró que tales visiones eran fruto de la intervención del Espíritu Santo: “Sus obras son conformes a la fe y en todo semejantes a los antiguos profetas”. Tras la aprobación, envió una carta a Hildegard, pidiéndole que continuase escribiendo sus visiones. Con ello dio comienzo no solo la actividad literaria aprobada canónicamente, sino también la relación epistolar con múltiples personalidades de la época, tanto políticas como eclesiásticas. Tal fue su reconocimiento, que llegó a ser conocida como la Sibila del Rin, convirtiéndola en una intermediaria entre la revelación divina y el mundo,  lo que hizo que se la tratara como una persona  especial, escapando, así, de las restricciones de la iglesia medieval para con las mujeres predicadoras y que le permitieron dedicarse, entre otras cuestiones, a la predicación,  la filosofía y  la ciencia.
Su fama hizo que su comunidad creciera, entonces una visión la hizo concebir la idea de partir de Disibodenberg y marchar a un lugar “donde no había agua y donde nada era placentero” inspirándola así para la fundación de un monasterio en la colina de san Ruperto (Rupertsberg), cerca de Bingen al oeste del río Rin en la desembocadura del Nahe, para trasladar a la crecida comunidad y emanciparla de los monjes de Disibodenberg. Fue el primer monasterio de monjas autónomo, pues hasta entonces siempre habían dependido de otro de varones. Entre 1147 y 1150 las monjas se trasladan a su nuevo monasterio.
Sin embargo, Kuno, entonces abad de Disibodenberg, se opuso a su salida, pues veía disminuidas las rentas y la influencia de su monasterio, lo que contrarió a la monja en gran medida, al punto de ocasionarle trastornos físicos, que fueron atribuidos a causas divinas. Ante esta situación intervino la marquesa Ricardis de Stade (Richardis von Stade), madre de la monja que servía de secretaria a Hildegard, quien logró convencer a Enrique I, arzobispo de Maguncia (1142-1153), de que diera la autorización para la salida de las religiosas y la fundación del nuevo monasterio. Hacia 1150, se trasladó a Rupertsberg con cerca de veinte de sus monjas, obtuvo el permiso del conde Bernardo de Hildesheim, propietario del terreno elegido y fundó el monasterio de Rupertsberg, del cual se convirtió en abadesa. Este siguió atrayendo numerosas vocaciones y visitantes.
Por esa época, su amada alumna, asistente y secretaria Ricardis la abandonó para convertirse en abadesa del convento de Bassum en Sajonia. Ello causó la tristeza y oposición de Hildegard, que luego reflejaría en serias cartas de protesta al arzobispo Hartwig de Bremen, hermano de Ricardis, quien había influido para conseguir el cargo abacial; llegó a apelar hasta al papa, sin conseguir que la monja volviera. Ricardis murió al año de la separación.
Un año después del traslado concluyó el Scivias (1151) y por esa misma época comienza su obra musical, de la que se conservan más de 70 obras con letra y música, himnos, antífonas y responsorios, recopiladas en la Symphonia Armoniae Celestium Revelationum (Sinfonía de la Armonía de Revelaciones Divinas) la mayoría editadas recientemente, así como un auto sacramental cantado, titulado Ordo Virtutum (El Coro de las Virtudes) dedicado a la virtud, siendo éste uno de los primeros ejemplos de drama litúrgico.
Entre 1151-1158 escribió su obra de medicina bajo un único título: Liber Subtilitatum Diversarum Naturarum Creaturarum (Libro Sobre las Propiedades Naturales de las Cosas Creadas) que en el siglo XIII fue dividido en dos textos. En ellos se describe el mundo natural y muestra un particular interés en las propiedades curativas de las plantas, los animales y las rocas. Hildegard destinó esta parte de su obra a describir el “milagro de la vida”, desde la fecundación hasta la lactancia desde la visión de una monja erudita medieval.
Entre 1158 y 1163 escribió la Liber Vitae Meritorum (Libro de los Méritos de la Vida); y entre 1163 y 1173-74, Liber Divinorum Operum (Libro de las Obras Divinas), la tercera de sus tres obras más relevantes y que tardaría alrededor de diez años en concluir, considerados junto con el Scivias como las obras teológicas más importantes de Hildegard.
Otra de sus obras es la Lingua Ignota et Littere Ignote (Lengua desconocida) (1150?) formada por unas 1000 palabras y un alfabeto de veintitrés letras, de las que solo hay información fragmentaria.
Completan su obra una serie de tratados menos conocidos —en 1178, Solutiones Triginta Octo Quaestionum (Respuesta a 38 preguntas); Expositio Evangeliorum (Explicación del Evangelio); Explanatio Regulae S. Benedicti (Comentario de la Regla de San Benito); Explanatio Symboli S. Athanasii (Comentario del Símbolo Atanasiano); sobre 1150, Vita Sancti Ruperti (Vida de San Ruperto); en 1170, Vita Sancti Disibodi (Vida de San Disibodo)— algunas de ellas de fecha desconocida.
Además, en un momento en el que estaba prohibida la interpretación de las Escrituras por parte de las mujeres y su participación en la sociedad, esta mujer se comunicó con el papado, hombres de estado, emperadores alemanes y otras figuras notables. Se conservan casi 400 cartas a personas de toda índole que acudían a ella en demanda de consejos como árbitro que dirimiese sus contiendas. De ellas, ciento cuarenta y cinco están recogidas en la Patrología Latina de Migne. Hildegard escribió cartas a hombres y mujeres de todas clases tanto en Alemania como en el extranjero. Se conservan las cartas cruzadas con dos emperadores, Conrado III y su hijo y sucesor el emperador Federico I Barbarroja, con Bernardo de Claraval, con los Papas, Eugenio III, Anastasio IV, Adriano IV y Alejandro III, con el Rey inglés Enrique II y su esposa Leonor de Aquitania, y una larga serie de nobles, cardenales y obispos de toda Europa, a quienes aconsejaba y si era necesario reprendía, escuchada por todos como referencia moral de su tiempo.
En 1150, el propio emperador Federico I Barbarroja la invitó a entrevistarse con él en su palacio en Ingelheim. El aprecio mutuo que generó esta entrevista manifestado en las subsecuentes cartas llegó a tal grado que, trece años más tarde, el soberano otorgó un edicto de protección imperial a perpetuidad al monasterio de Rupertsberg.
 Sin embargo, la abadesa alternó la vida contemplativa y de escritora con la de predicación y fundación. Si bien la clausura en sus tiempos no era tan rígida como lo sería a partir de Bonifacio VIII, no dejó de sorprender y admirar a sus contemporáneos que una abadesa abandonara su monasterio para predicar. Hildegard realizó al menos cuatro grandes viajes fuera de los muros del convento (entre 1158 y 1171, a lo largo de los ríos Nahe, Meno, Mosela, y Rin) a instancias de los prelados de diversos lugares. En ellos predicó en iglesias y abadías sobre los temas que más urgían a la Iglesia: la corrupción del clero y el avance de la herejía de los cátaros. En su tercer viaje, (entre 1161 y 1163) cuando visitó Colonia a instancias de los Canónigos Capitulares para predicar contra la herejía de los cátaros, lo hizo pero también y con gran énfasis, recriminó con dureza y achacó el auge de la misma a la vida disoluta que llevaban los mismos canónigos, los clérigos y a la falta de piedad de los mismos y del pueblo cristiano en general, lo que da idea de su carácter. Fue la única mujer a quien la Iglesia permitió predicar al pueblo y al clero en templos y plazas. De sus cartas se desprenden los itinerarios y la finalidad de sus viajes que realizaba en barco y a caballo, un auténtico sufrimiento para su naturaleza débil.
En 1165, y debido al incremento de monjas en el convento de Rupertsberg, parte de ellas se trasladaron al cercano convento de Eibingen, entonces vacío, conformándose éste como el segundo monasterio de su fundación, que visitaba regularmente dos veces a la semana.
En el año 1173, poco antes de concluir el Liber Divinorum Operum, murió el monje Volmar, su más cercano colaborador y secretario, lo que la dispuso a ayudarse de los monjes de la abadía de san Eucharius de Tréveris para terminar dicha obra. Durante algún tiempo el monje Godofredo de Disibodenberg le sirvió como amanuense, a la vez que comenzó la redacción de una biografía de la profetisa, pero también él murió poco tiempo después, en 1176. El último de sus secretarios lo encontró en Guiberto de Gembloux, un monje flamenco, con el que había sostenido conversación epistolar iniciada por el interés de éste sobre la manera en que Hildegard tenía sus visiones.
La última situación crítica a la que tuvo que enfrentarse Hildegard aconteció en 1178, cuando su comunidad dio sepultura en el cementerio conventual a un noble supuestamente excomulgado. Por la imposición de esta pena eclesiástica, el derecho canónico prohibía su entierro en suelo sagrado. Se pidió a Hildegard que exhumara el cadáver. Ella se negó e incluso hizo desaparecer cualquier rastro del enterramiento para que nadie pudiera buscarlo. Sostuvo que había sido reconciliado con la Iglesia antes de morir. Los prelados de Maguncia, en ausencia del arzobispo Christian, que estaba en Roma, pusieron en entredicho al monasterio. Por él se prohibió el uso de las campanas, los instrumentos y los cantos en la vida y liturgia de Rupertsberg. Hildegard se defendió escribiendo una carta de rico contenido doctrinal, donde recogía el significado teológico de la música. Cuando regresó el arzobispo en marzo de 1179, se presentaron testigos que apoyaban la versión de Hildegard y fue levantado el entredicho.
A los pocos meses de ser levantado el entredicho, el 17 de septiembre de 1179, a los 81 años de edad murió Hildegard. Fue sepultada en la iglesia de su convento de Rupertsberg del que fue Abadesa hasta su muerte. Sus reliquias permanecieron allí hasta que el convento fue destruido por los suecos en 1632. Actualmente sus restos se encuentran en Eibingen. Las crónicas hagiográficas cuentan que a la hora de su muerte aparecieron dos arcos muy brillantes y de diferentes colores que formaban una cruz en el cielo.
En ninguna de las obras o cartas, Hildegard se atribuye a sí misma ningún mérito, antes bien, se define como "pobre criatura falta de fuerzas". Todo lo que sabe y hace, es obra de Dios. Las visiones, las revelaciones, las curaciones que realizó, fueron sobrenaturales. Dice en su prólogo de Liber Divinorum Operum:
“Todas las cosas que escribí desde el principio de mis visiones, o que vine aprendiendo sucesivamente, las he visto con los ojos interiores del espíritu y las he escuchado con los oídos interiores, mientras, absorta en los misterios celestes, velaba con la mente y con el cuerpo, no en sueños ni en éxtasis, como he dicho en mis visiones anteriores. No he expuesto nada aprendido con el sentido humano, sino sólo lo que he percibido en los secretos celestes.”
Se puede considerar que Hildegard continuó el trabajo de los profetas en la proclamación de las verdades que Dios deseó que supiera la humanidad. Como dice el prólogo de Liber Divinorum Operum“Escribe pues estas cosas, no según tu corazón, sino como lo quiere mi testimonio, de mí, que soy vida sin principio ni fin, ya que no son cosas imaginadas por ti, ni ningún otro hombre lo ha imaginado, sino son como Yo las he establecido antes del principio del mundo”.
Entre 1180 y 1190 el monje Teodorico de Echternach escribió Vita de Hildegard, recogiendo pasajes autobiográficos que la monja había dejado y contado. Gregorio IX abrió el proceso de canonización en 1227, aunque no se concluyó. Fue reabierto por Inocencio IV en 1244, sin que tampoco en esta ocasión se llegase a concluir. Sin embargo, debido a la difusión de su culto se la inscribió en el Martirologio romano, incluyéndose además su nombre en algunas letanías; se extrajeron reliquias de su sepulcro; se celebró su fiesta litúrgica; se le atribuyeron milagros y sus representaciones pictóricas y escultóricas comenzaron a ser objeto de veneración.
En 1940 se aprobó oficialmente su celebración para las iglesias locales. Con motivo del 800 aniversario de su muerte, Juan Pablo II se refirió a ella como profetisa y santa. De la misma manera, en 2006, el papa Benedicto XVI también se refirió a Hildegard como santa y la encomió como una de las grandes mujeres de la cristiandad junto con Catalina de Siena, Teresa de Ávila y la madre Teresa de Calcuta. En el año 2010 el mismo Papa dedicó a Hildegard las Audiencias Generales del 1 y 8 de septiembre, dentro del marco de una serie de catequesis sobre escritores cristianos, siendo la primera mujer presentada en estas catequesis; recordó, entre otras cosas, que los contemporáneos de Hildegard la consideraron con el título de Profetisa Teutónica y puntualizó el valor teológico de sus escritos y enseñanzas.
En diciembre de 2011, el papa Benedicto XVI anunció su decisión de otorgar a santa Hildegard el título de Doctora de la Iglesia, título que, después de evangelista y apóstol, es el más exclusivo de la Iglesia Católica (como también de la Ortodoxa, la Anglicana o la Siria). El título de Doctor —"el que enseña" o "el enseñante"— sólo se ha aplicado a 35 cristianos dentro de la Iglesia y con carácter universal. El 10 de mayo de 2012 procedió a inscribirla en el catálogo de los santos y extender su culto litúrgico a la Iglesia universal, en una “canonización equivalente”. El 7 de octubre de 2012, durante la misa de apertura del Sínodo de los obispos en la Basílica de San Pedro en Roma, se realizó la proclamación oficial por el cual se le concedió el título de Doctora para la Iglesia Universal junto con san Juan de Ávila.
Hildegard también es venerada por algunas de las Iglesias que conforman la Comunión Anglicana, entre ellas la Iglesia de Inglaterra y la Iglesia Episcopal Escocesa. Se la celebra el 17 de septiembre.
La iconografía religiosa de Hildegard es escasa. Se la retrata con los atributos propios de una abadesa de la orden de san Benito: báculo abacial y hábito benedictino con velo negro y blanco. Sus representaciones más antiguas la reproducen sentada con un estilo en la mano en actitud de escribir sobre un par de tablillas o dictando a un monje, con cinco flamas alrededor de la cabeza. Más tarde se cambia el estilo por una pluma de ave, con algún pergamino o libro en la mano —comúnmente el Scivias— y algún instrumento musical.



Helena I. Roerich (1879-1955)
Helena Roerich
Helena I. Roerich nació el 13 de febrero de 1879 en San Petersburgo, Rusia, bajo el nombre de Helena Ivanovna Shaposhnikova. Su padre, Iván Ivánovich Shaposhnikov, era un destacado arquitecto, académico de la arquitectura de San Petersburgo, y su madre era la nieta de Mijail Kutuzov, el mariscal de campo que había llevado al ejército ruso contra Napoleón.  Además, Helena era sobrina del compositor Modest Mussorgsky.
Era extraordinariamente sensitiva y enfermaba con frecuencia. Mientras se encontraba postrada se le aparecían dos hombres muy altos que la auxiliaban (¿los Maestros El Morya y Koot Hoomi?) pero cuando las personas mayores objetaron sus relatos de ellos, aprendió a mantener sus pensamientos para sí misma.
Aprendió a leer muy pronto. Apreciaba los filósofos y meditaba sobre la Biblia. Tenía talento para la música, pintaba y dibujaba y se convirtió una brillante pianista. En 1895 se graduó de Gimnasio Mariinsky en San Petersburgo con la medalla de oro.
La hermana de su madre, la princesa Y. Puyatina, tenía una finca en Bologoye, donde la pequeña Helena pasaba los veranos. Allí aprendió a amar la naturaleza y los animales. Se cuenta que los animales domésticos corrían hacia ella para saludarla todas las mañanas cuando salía de casa para alimentarlos.
En 1899, en la finca de su tía, Helena Shaposhnikova conoció a Nicholas Roerich, de veinte y cinco años, un recién graduado de la Academia de las Artes de San Petersburgo. El 28 de octubre de 1901 se casaron. Su relación fue como una fuerte alianza: dos personas amantes unidas por profundos sentimientos mutuos y puntos de vista comunes.
El matrimonio tuvo dos hijos, George, nacido en 1902, y Svetoslav, nacido en octubre de 1904. George se convertiría en un científico mundialmente conocido y Svetoslav en un excelente pintor.
En 1915, Nicholas enfermo de neumonía y dejaron su hogar en San Petersburgo por un clima mejor en Karelia. En 1918 fueron a Inglaterra y en 1920 a Nueva York para la primera exposición de Nicholas en los Estados Unidos.
Fue por este tiempo cuando Helena entra en contacto con su Maestro. Su  Maestro, el Señor de mirada penetrante, transmitió por su intermedio un conjunto de sublimes enseñanzas referidas al nuevo yoga, el Yoga del Fuego, de la Vida y del Sacrificio; afirmó por propia experiencia que sus libros no se pueden leer de la manera común: son páginas de meditación, párrafos que se digieren lentamente, frases que en la síntesis de un relámpago, incendian la mente e iluminan la vida. Urusvati fue el nombre que le dio a Helena su Maestro, en referencia a una estrella que se aproximaba a la Tierra, simbolizando la emergencia del Principio Femenino. Él le transmitió, entre 1920 y 1938, la enseñanza de la Ética Viva, llamada también Agni-Yoga, publicada después en 14 volúmenes, los cuales firmó como anónimo para dar relevancia a la Sagrada Sabiduría en ellos expuesta para toda la Humanidad. Estos libros contienen una síntesis para los tiempos futuros, de las enseñanzas espirituales y filosóficas de todas las épocas.
“Fiat Rex”, Tríptico de 1931, por N. Roerich, International Center of the Roerichs, Moscow (Russia)
     En 1930, con su marido Nikolai e inspirada por su Maestro, el Señor del Rayo Azul, funda la “Agni Yoga Society”. Del Agni Yoga se sabe muy poco: será el yoga de la próxima raza, la Sexta, ya que el discípulo de este yoga tendrá su cuerpo búdico e intuitivo razonablemente desenvuelto y se encontrará polarizado en el chakra cardiaco y en el centro correspondiente de la cabeza; ésta es la vía de los discípulos avanzados  de los iniciados. Muy sintéticamente se puede decir que es el camino de la vida, de la síntesis espiritual, del fuego, de la intuición y del sacrificio. El 2º (Amor – Sabiduría) y el 4º (Arte, Belleza y Armonía) rayos rigen este recorrido.
Durante su vida rica en experiencias, el matrimonio fue a la India donde organizó su expedición centroasiática a través de la India, China, Tibet, Mongolia y otros países. Tanto Nicholas como su hijo George escribieron libros acerca de sus aventuras. Además de la publicación de los libros de Agni Yoga, Helena escribió numerosas cartas a discípulos y aspirantes de todo el mundo. Algunas de estas cartas están publicadas en sus “Cartas de Helena Roerich”, Vol. I y II. También escribió “En la Encrucijada de Oriente” y “Fundamentos del Budismo”, utilizando diferentes pseudónimos para cada uno.
Tradujo al ruso los extractos del libro “Las Cartas de los Mahatmas a Sinnet” (“El Cáliz del Este”) y dos volúmenes de “La Doctrina Secreta” por Helena Blavatsky.
En 1941, en su aniversario de matrimonio, Nicholas escribió sobre Helena: «Cuarenta años es un tiempo bastante largo. En tal largo viaje, enfrentando tormentas y peligros, juntos, vencimos todos los obstáculos. Dedique mis libros a “Helena, mi esposa, mi amiga, mi compañera de viajes, mi inspiración". En San Petersburgo, Escandinavia, Inglaterra, América, y en toda Asia estudiamos juntos, expandimos nuestras conciencias. Creamos juntos y, no sin sentido, se dice que este trabajo debería tener dos nombres, uno masculino, y otro femenino".» Muchas pinturas de Roerich fueron el resultado de su creatividad común: Nicolás la llamaba “Ella quien guía” en sus creaciones.
Después de la muerte de su marido, Helena Ivanovna se trasladó a Kalimpong, distrito de Darjeeling, Himalaya, India, donde desencarnó en 1955. Allí se alza una Estupa o Chorten en su honor.
En 2005 se abrió el museo Helena Roerich en Kalimpong, en la “Crookety House”. En este lugar había trabajado H.I. Roerich durante sus últimos años de vida (1948-1955). El museo se inauguró coincidiendo con el 50 aniversario de su muerte.
Crookety House, Kalimpong, Darjeeling (India)
     Helena I. Roerich fue una precursora de la Nueva Era. Y antes que esta expresión se convirtiera en moda, con todo el folclore que en ocasiones le acompaña, escribió en 1929 lo siguiente: “El Libro de los nuevos descubrimientos y de la luz del atrevimiento está abierto frente a la humanidad. Ya oyeron hablar acerca de la aproximación de la Nueva Era. Cada época tiene su llamada, y el llamamiento fundador de la Nueva Era será el poder del pensamiento creador; y el primer paso en esta dirección será  la apertura de la conciencia, la liberación de todos los prejuicios y de todos los conceptos tendenciosos y forzados” (Cartas de Helena I. Roerich Vol.I)
Crookety House, Kalimpong, Darjeeling (India)


Madre Teresa de Calcuta (1910-1997)

Uskub, Imperio Otomano (actual Skopie, Macedonia),
26 de agosto de 1910 - Calcuta, India, 5 de septiembre de 1997
Nacida como Agnes Gonxha Bojaxhiu.. Fue una monja católica albanesa que vivió durante décadas en la India, y fundó la congregación de las Misioneras de la Caridad en 1950. Durante más de cuarenta años ayudó a pobres, enfermos, huérfanos y moribundos, y fue también quien dirigió su congregación en diversos países del mundo hasta pocos meses antes de su muerte.








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