El Sermón de Buddha
Las Cuatro Nobles Verdades y El Noble Óctuple Sendero
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Vosotros que queréis
seguir el camino del centro, trazado por la clara Razón y aplanado por la dulce
Quietud, vosotros que queréis conocer el camino elevado del Nirvana, escuchad
las cuatro nobles Verdades:
La primera Verdad es la del Dolor. ¡No os dejéis engañar!
La vida que amáis es una larga agonía; sólo quedan sus penas, sus placeres son
como pájaros que brillan y vuelan. Sufrimiento del nacimiento, sufrimiento de
los días desesperados, sufrimiento de la ardiente juventud y de la edad madura,
sufrimiento de los fríos y grises años de la vejez y sufrimiento final de la
muerte; he aquí lo que llena vuestra lastimosa existencia. El amor es una cosa
dulce, pero las llamas fúnebres deben besar los senos sobre los cuales
descansáis y los labios a los que unís los vuestros. Valerosa es la virtud
guerrera, pero los buitres desgarran los miembros del jefe y del Rey. La tierra
es magnífica, pero todos los huéspedes de sus selvas conspiran para su muerte
recíproca, en su sed de vivir; los cielos son de zafiro, pero los hombres
hambrientos, por más que gritan, no hacen caer una gota de agua. Preguntad a
los enfermos, a los afligidos, preguntad al que claudica apoyado en su bastón,
solo y extraviado: “¿Amas la vida?” Y os dirán que el niño tiene razón al
llorar desde que nace.
La segunda Verdad es la Causa
del Dolor. ¿Qué sufrimiento viene
de sí mismo y no del Deseo? Los sentidos y los objetos percibidos se encuentran
y se enciende la viva chispa de las pasiones; así se inflama Trishna, concupiscencia y sed de las
cosas. Os aficionáis desatinadamente a sombras, os ilusionáis con sueños,
plantáis en medio un falso yo, y establecéis a su alrededor un mundo
imaginario. Estáis ciegos para las claridades supremas, sordos para las voces
de las brisas más suaves que vienen de más alto que el cielo de Indra, mudos
para los reclamos de la verdadera vida que conserva el que desechó la vida engañosa.
Así vienen las luchas y las concupiscencias que hacen reinar la guerra en el mundo,
así sufren los pobres corazones engañados y corren las lágrimas amargas, así
cruzan las pasiones, las envidias, las cóleras y los odios; así los años
crueles, con los pies rojos de sangre, siguen a los años manchados de
carnicerías. Por esto, ahí donde debería brotar el grano se extiende la hierba
birán con su mala raíz y sus flores venenosas; con trabajo, las buenas
simientes encuentran suelo propicio donde puedan caer y brotar. Y el alma se
va, saturada de emponzoñados brebajes, y Karma renace con un deseo ardiente de
beber de nuevo; excitado por los sentidos, el Yo fogoso comienza otra vez y
cosecha nuevos desencantos.
La tercera Verdad es la Cesación
del Dolor. La paz es la que debe
vencer al amor del Yo y el apego a la vida, arrancar de los pechos la pasión de
raíces profundas y calmar la lucha interior; así está satisfecho el amor de estrechar
a la eterna hermosura; se tiene la gloria de ser dueño de sí mismo y el placer
de vivir por encima de los dioses; se poseen riquezas infinitas, porque se
amasa el tesoro de los servicios prestados, de los deberes cumplidos con
caridad, de las palabras benévolas y de la vida pura, no se perderán estas
riquezas en el curso de la existencia, y ninguna muerte las despreciará.
Entonces desaparece el Dolor, porque cesaron la Vida y la Muerte; ¿cómo puede
alumbrar la lámpara cuyo aceite se consumió? La vieja cuenta cargada de deudas
está liquidada, la nueva está en blanco; así alcanza la felicidad el hombre.
La cuarta Verdad es la Vía. Está abierta, amplia y unida, accesible a todos los pies,
desembarazada y vecina al Noble Sendero Óctuple, que va recto
a la paz y el refugio. ¡Escuchad! Numerosas huellas conducen a estos picos
gemelos cubiertos de nieve, en torno de los cuales se enredan las nubes
doradas; trepando por las pendientes suaves o escarpadas se llega a las cimas
donde aparece otro mundo. Los que tienen miembros vigorosos pueden afrontar el
camino recto y peligroso que va directamente por el flanco de la montaña; los débiles
están obligados a dar rodeos por caminos más largos, descansando en muchos
lugares. Tal es el Sendero Óctuple
que conduce a la paz; camina por alturas más o menos abruptas. El alma animosa
se apresura, el alma débil se atrasa, todas alcanzarán las nieves bañadas de
sol.
La primera práctica
buena es la Doctrina recta; caminad
con el temor de la Dharma, evitando toda ofensa; pensad en el Karma que hace el
destino del hombre, y gobernad vuestros sentidos.
La segunda es la Intención recta. Tened buenos
sentimientos para todo lo que vive; sofocad en vosotros la malevolencia, la
avidez y la cólera, de tal manera que vuestras existencias se asemejen a las
suaves brisas que pasan.
La tercera es el Lenguaje recto. Vigilad vuestros labios
como si fueran las puertas de un palacio habitado por un Rey; que todas
vuestras palabras sean tranquilas, francas y corteses, como si estuviera
presente su Majestad.
La cuarta es la Conducta recta. Que cada una de vuestras
acciones ataque una falta o ayude a crecer un mérito; como se ve el hilo de
plata a través de las cuentas de cristal de un collar, dejad que el amor
aparezca a través de vuestras buenas acciones.
Hay cuatro rutas más
elevadas. Pero sólo pueden seguirlas los pies que no hollarán más las cosas
terrestres; son la Pureza recta, el Pensamiento recto, la Soledad recta y el Éxtasis recto. ¡No pretendas volar hacia el sol almas cuyas alas no
tienen plumas todavía! ¡El aire de las regiones inferiores es suave, y los
instrumentos domésticos a los que estás acostumbrada no son peligrosos!
Solamente los seres vigorosos pueden abandonar el nido que cada uno se
construye. El amor de la mujer y del niño son preciosos, lo sé; la amistad y
los entretenimientos de la vida son agradables; las caridades amables de una
vida virtuosa son útiles; sus temores, aunque falsos, están anclados
sólidamente. Vivid así los que estáis obligados; haced de vuestra debilidad una
escala de oro; elevaos, por la práctica diaria de estas apariencias, hasta las
verdades más dignas de ser amadas. Así llegaréis a más serenas cumbres,
ascenderéis más fácilmente, encontraréis menos abrumador el peso de vuestras
culpas y adquiriréis una voluntad más firme para quebrantar los lazos de los sentidos,
entrando en el Sendero. El que comienza de este modo alcanza el Primer
Grado, conoce las Nobles Verdades y la Ruta Óctuple, tarde o temprano
alcanzará la morada bendita del Nirvana.
Extractado del libro “Luz de Asia” de Arnold Edwin (1832 – 1904)
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