Martin Luther King (1929-1968)
Discurso de aceptación del premio Nobel de la Paz en 1964
Traducción: Montserrat Merino
Traducción: Montserrat Merino
Su Majestad, Su
Alteza Real, el Sr. Presidente, Excelencias, Señoras y Señores:
Acepto el Premio
Nobel de la Paz en un momento en el que 22 millones de negros de los Estados Unidos de
América están comprometidos en una batalla creativa para poner fin a la larga
noche de la injusticia racial. Acepto este premio en nombre de un movimiento de
derechos civiles que se mueve con determinación y con un desprecio majestuoso
por el riesgo y el peligro por establecer un reino de libertad y un imperio de
justicia.
Soy consciente
de que sólo ayer en Birmingham, Alabama, nuestros hijos, que claman por la
fraternidad, fueron contestados con mangueras de incendio, perros gruñendo e
incluso la muerte. Soy consciente de que sólo ayer en Filadelfia, Mississippi,
jóvenes que buscaban garantizar el derecho al voto fueron tratados brutalmente
y asesinados. Y solo ayer más de 40 lugares de culto en el Estado de
Mississippi fueron bombardeados o quemados porque ofrecieron un santuario para
aquellos que no quisieron aceptar la segregación. Soy consciente de la pesada y
debilitante pobreza que afecta a mi pueblo y que le encadena al peldaño más
bajo de la escala económica.
Por lo tanto,
tengo que preguntar por qué se otorga este premio a un movimiento que es
asediado y comprometido a la lucha implacable; a un movimiento que no ha ganado
la propia paz y fraternidad que es la esencia del Premio Nobel. Después de la
contemplación, llego a la conclusión de que este premio que recibo en nombre de
ese movimiento es un reconocimiento profundo de que la no violencia es la
respuesta a la cuestión política y moral fundamental de nuestro tiempo —la
necesidad del hombre por superar la opresión y la violencia sin recurrir a la
violencia y opresión. La civilización y la violencia son conceptos antitéticos.
Los negros de los Estados Unidos, siguiendo a la gente de la India, han
demostrado que la no violencia no es pasividad estéril, sino una poderosa
fuerza moral que realizará la transformación social.
Tarde
o temprano todas las personas del mundo tendrán que descubrir una manera de
vivir juntos en paz, y con ello transformar esta elegía cósmica pendiente en un
salmo creativo de hermandad. Si esto ha de lograrse, el hombre debe hacer
evolucionar para todos los conflictos humanos un método que rechace venganza,
agresión y represalia. El fundamento de este método es el amor.
El tortuoso
camino que ha llevado desde Montgomery, Alabama, a Oslo da testimonio de esta
verdad. Este es un camino por el cual millones de negros están viajando para
encontrar un nuevo sentido de dignidad. Este mismo camino ha abierto para todos
los americanos una nueva era de progreso y esperanza. Ha dado lugar a una nueva
Ley de Derechos Civiles que será, estoy convencido, ampliada y prolongada en una
gran carretera de justicia para hombres negros y blancos en creciente número creando
alianzas para superar sus problemas comunes.
Acepto este
premio hoy con una fe inquebrantable en América y una fe audaz en el futuro de
la humanidad. Me niego a aceptar la desesperanza como la respuesta final a las
ambigüedades de la historia. Me niego a aceptar la idea de que el “es”
(“isness”) de la actual naturaleza del hombre le hace moralmente incapaz de
alcanzar el eterno “debe ser” (“outness”) que siempre está frente a él.
Me niego a
aceptar la idea de que el hombre es meramente un resto flotante en el río de la
vida, incapaz de influir en los acontecimientos que se desarrollan alrededor
suyo. Me niego a aceptar el punto de vista de que la humanidad está tan
trágicamente unida a la medianoche sin estrellas del racismo y la guerra que el
amanecer brillante de paz y fraternidad nunca podrá convertirse en una
realidad.
Me niego a
aceptar la cínica noción de que nación tras nación debe descender en espiral
por una escalera militarista al infierno de la destrucción termonuclear. Creo
que la verdad desarmada y el amor incondicional tendrán la última palabra en realidad.
Esta es la razón por la que el derecho temporalmente derrotado es más fuerte
que el mal triunfante. Creo que incluso en medio de las explosiones de
mortero de hoy y las balas de gimoteo, todavía hay esperanza para un mañana más
brillante. Yo creo que la justicia herida, postrada en las calles sangrientas
de nuestras naciones, puede ser levantada de este polvo de la vergüenza para reinar
entre los hijos de los hombres. Tengo la audacia para creer que las personas de
todo el mundo pueden tener tres comidas al día para sus cuerpos, educación y
cultura para sus mentes, y dignidad, igualdad y libertad para sus espíritus. Creo que lo que los hombres egocéntricos (“self-centered”) han derribado, los hombres generosos (“other-centered”) podrán construir.
Aún creo que un
día la humanidad se inclinará ante los altares de Dios y será coronada
triunfante sobre la guerra y el derramamiento de sangre, y buena redentora la no-violencia
proclamará el estado de la tierra. “Y el león y el cordero se echarán juntos y cada
hombre se sentará debajo de su vid y de su higuera y nadie tendrá miedo.”
¡Todavía creo que venceremos!
Esta fe podrá
darnos coraje para enfrentar las incertidumbres del futuro. Dará a nuestros
pies cansados nueva fuerza a medida que continuemos caminando
hacia delante, hacia la ciudad de la libertad. Cuando nuestros días cubiertos
de nubes bajas se vuelvan tristes y nuestras noches se vuelven más oscuras que
mil medianoches juntas, sabremos que estamos viviendo en el caos creativo de
una auténtica civilización que lucha por nacer.
Hoy vengo a Oslo
como fiduciario, inspirado y con renovada dedicación a la humanidad. Acepto
este premio en nombre de todos los hombres que aman la paz y la fraternidad. Y
digo que vengo como fiduciario porque, en lo más profundo de mi corazón, soy
consciente de que este premio es mucho más que un honor para mí personalmente.
Cada vez que tomo
un vuelo, siempre estoy consciente de la cantidad de personas que hacen posible
el éxito de un viaje —los conocidos pilotos y el desconocido personal de tierra.
Así que ustedes están honrando tanto a los pilotos dedicados de nuestra lucha que se han
sentado en los controles como al movimiento de la libertad disparado en órbita.
Honran, una vez más, al Jefe Lutuli de Sudáfrica, cuyas luchas con y para su
pueblo, se encuentran todavía con la expresión más brutal de la inhumanidad del
hombre hacia el hombre. Honran al personal de tierra sin cuyo trabajo y
sacrificios los vuelos a la libertad nunca podrían haber dejado la tierra. La
mayoría de estas personas nunca serán titulares y sus nombres no aparecerán en “Quién
es Quién” (“Who’s Who”). Sin embargo, cuando los años vayan pasando y cuando la
luz resplandeciente de la verdad se centre en esta maravillosa época en la que
vivimos, hombres y mujeres conocerán, y a los niños se les enseñará, que
tenemos una tierra más fina, un pueblo mejor, una civilización más noble porque
estos humildes hijos de Dios estuvieron dispuestos a sufrir por causa de la
justicia.
Creo que Alfred
Nobel sabría a qué me refiero cuando digo que acepto este premio con el
espíritu de un curador de alguna reliquia preciosa que tiene en fideicomiso para
sus verdaderos dueños —todos aquellos para quienes la belleza es verdad y la
verdad belleza— y en cuyos ojos la belleza de una auténtica fraternidad y paz es
más preciosa que los diamantes o la plata o el oro.
Discurso Original (Inglés)
Your
Majesty, Your Royal Highness, Mr. President, Excellencies, Ladies and
Gentlemen:
I
accept the Nobel Prize for Peace at a moment when 22 million Negroes of the
United States of America are engaged in a creative battle to end the long night
of racial injustice. I accept this award on
behalf of a civil rights movement which is moving with determination and a
majestic scorn for risk and danger to establish a reign of freedom and a rule
of justice. I am mindful that only yesterday in Birmingham, Alabama, our
children, crying out for brotherhood, were answered with fire hoses, snarling
dogs and even death. I am mindful that only yesterday in Philadelphia,
Mississippi, young people seeking to secure the right to vote were brutalized
and murdered. And only yesterday more than 40 houses of worship in the State of
Mississippi alone were bombed or burned because they offered a sanctuary to
those who would not accept segregation. I am mindful that debilitating and
grinding poverty afflicts my people and chains them to the lowest rung of the
economic ladder.
Therefore,
I must ask why this prize is awarded to a movement which is beleaguered and
committed to unrelenting struggle; to a movement which has not won the very
peace and brotherhood which is the essence of the Nobel Prize.
After contemplation, I
conclude that this award which I receive on behalf of that movement is a
profound recognition that nonviolence is the answer to the crucial political
and moral question of our time - the need for man to overcome oppression and
violence without resorting to violence and oppression. Civilization and
violence are antithetical concepts. Negroes of the United States, following the
people of India, have demonstrated that nonviolence is not sterile passivity,
but a powerful moral force which makes for social transformation. Sooner or
later all the people of the world will have to discover a way to live together
in peace, and thereby transform this pending cosmic elegy into a creative psalm
of brotherhood. If this is to be achieved, man must evolve for all human
conflict a method which rejects revenge, aggression and retaliation. The
foundation of such a method is love.
The tortuous road which
has led from Montgomery, Alabama to Oslo bears witness to this truth. This is a
road over which millions of Negroes are travelling to find a new sense of
dignity. This same road has opened for all Americans a new era of progress and
hope. It has led to a new Civil Rights Bill, and it will, I am convinced, be
widened and lengthened into a super highway of justice as Negro and white men
in increasing numbers create alliances to overcome their common problems.
I accept this award
today with an abiding faith in America and an audacious faith in the future of
mankind. I refuse to accept despair as the final response to the ambiguities of
history. I refuse to accept the idea that the "isness" of man's
present nature makes him morally incapable of reaching up for the eternal
"oughtness" that forever confronts him. I refuse to accept the idea
that man is mere flotsom and jetsom in the river of life, unable to influence
the unfolding events which surround him. I refuse to accept the view that
mankind is so tragically bound to the starless midnight of racism and war that
the bright daybreak of peace and brotherhood can never become a reality.
I refuse to accept the
cynical notion that nation after nation must spiral down a militaristic
stairway into the hell of thermonuclear destruction. I believe that unarmed
truth and unconditional love will have the final word in reality. This is why
right temporarily defeated is stronger than evil triumphant. I believe that
even amid today's mortar bursts and whining bullets, there is still hope for a
brighter tomorrow. I believe that wounded justice, lying prostrate on the
blood-flowing streets of our nations, can be lifted from this dust of shame to
reign supreme among the children of men. I have the audacity to believe that
peoples everywhere can have three meals a day for their bodies, education and
culture for their minds, and dignity, equality and freedom for their spirits. I
believe that what self-centered men have torn down men other-centered can build
up. I still believe that one day mankind will bow before the altars of God and
be crowned triumphant over war and bloodshed, and nonviolent redemptive good
will proclaim the rule of the land. "And the lion and the lamb shall lie
down together and every man shall sit under his own vine and fig tree and none
shall be afraid." I still believe that We Shall overcome!
This faith can give us
courage to face the uncertainties of the future. It will give our tired feet new
strength as we continue our forward stride toward the city of freedom. When our
days become dreary with low-hovering clouds and our nights become darker than a
thousand midnights, we will know that we are living in the creative turmoil of
a genuine civilization struggling to be born.
Today I come to Oslo as
a trustee, inspired and with renewed dedication to humanity. I accept this
prize on behalf of all men who love peace and brotherhood. I say I come as a
trustee, for in the depths of my heart I am aware that this prize is much more
than an honor to me personally.
Every time I take a
flight, I am always mindful of the many people who make a successful journey
possible - the known pilots and the unknown ground crew.
So you honor the
dedicated pilots of our struggle who have sat at the controls as the freedom
movement soared into orbit. You honor, once again, Chief Lutuli of
South Africa, whose struggles with and for his people, are still met with the
most brutal expression of man's inhumanity to man. You honor the ground crew
without whose labor and sacrifices the jet flights to freedom could never have
left the earth. Most of these people will never make the headline and their
names will not appear in Who's Who. Yet when years have rolled past and
when the blazing light of truth is focused on this marvellous age in which we
live - men and women will know and children will be taught that we have a finer
land, a better people, a more noble civilization - because these humble
children of God were willing to suffer for righteousness' sake.
I think Alfred Nobel
would know what I mean when I say that I accept this award in the spirit of a
curator of some precious heirloom which he holds in trust for its true owners -
all those to whom beauty is truth and truth beauty - and in whose eyes the
beauty of genuine brotherhood and peace is more precious than diamonds or
silver or gold.
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